Villarrubia de los Ojos

Modelo de Convivencia

John Elliott

El País (22/12/2007)

Sobre el libro de Trevor J.Dadson, Los moriscos de Villarrubia de los Ojos

Entre 1609 y 1614 el Gobierno de Felipe III marcó un precedente notorio de lo que se conocería en el siglo XX como limpieza étnica al expulsar de España a una minoría racial que no había sabido asimilar. Como resultado de sus pragmáticas, gran número de moriscos, que sus contemporáneos estimaban entre seiscientos mil y un millón, fueron echados del país, con desastrosas consecuencias demográficas y económicas. En 1702, un historiador inglés de la expulsión, Michael Geddes, resumió sus efectos con las siguientes palabras: «Esta gran pérdida de gente, acaeciendo sobre un país que estaba lejos de ser sobrepoblado antes… y que, además de los expulsados, tenía pocos que eran industriosos o habilidosos en manufacturas provechosas, era un golpe tan fatal para España, que hasta hoy día no se ha recuperado de él ni es probable que lo haga jamás».

Ésta sería la doctrina convencional hasta bien entrado el siglo XX. Al expulsar la parte más industriosa de su población en este acto de fanatismo, España había añadido un elemento más a los muchos que la condenaban a un declive irreversible. A medida que avanzaba el siglo XX, sin embargo, distintos aspectos de la historia aceptada llegaron a ser cuestionados como resultado de las nuevas investigaciones. El movimiento de salarios y precios, por ejemplo, no parecía soportar la noción de que la expulsión había sido una catástrofe económica. La meticulosa investigación llevada a cabo por el historiador francés Henri Lapeyre redujo el número de moriscos expulsados a unos doscientos setenta y cinco mil, cifra luego aumentada por Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent hasta alrededor de trescientos mil. Los trabajos de Julio Caro Baroja, seguidos de una nueva generación de historiadores con conocimientos del mundo islámico, proporcionaron nuevas visiones del carácter de la comunidad morisca y reforzaron la creencia de que el fracaso de la España cristiana en asimilar a sus moriscos durante el siglo XVI dejó a las autoridades con un problema insoluble, que fue exacerbado por la confrontación con el Imperio Otomano.

A pesar de todos estos reparos, la doctrina convencional sigue siendo ampliamente aceptada. Pero el nuevo y extraordinario estudio de Trevor Dadson del pueblo de La Mancha conocido hasta el siglo XVIII como Villarrubia de los Ojos no sólo desafía esa doctrina convencional, sino que la pone patas arriba. Conocido hasta ahora por sus trabajos sobre la literatura del Siglo de Oro, Dadson ha encontrado y explotado un tesoro de documentos del archivo de los condes de Salinas, ubicados ahora en Zaragoza (Archivo Ducal de Híjar, Archivo Histórico Provincial). Los papeles de don Diego de Silva y Mendoza, hijo de la princesa de Éboli y conde consorte de Salinas, y un político importante, resultaron ser especialmente ricos y cubren todo el periodo de la expulsión. A partir de estos papeles, Dadson evoca con gran habilidad la composición y el carácter de la comunidad morisca de Villarrubia, sus relaciones con los vecinos cristianos viejos y con el señor del pueblo, el conde de Salinas, y el proceso por el cual fueron -o no- expulsados.

El libro está lleno de sorpresas, y contiene algunos hallazgos sensacionales. Lejos de no ser asimilados, los moriscos -un 40% de la población- estaban bien integrados. Lejos de pertenecer a las categorías sociales más bajas, se incluían entre miembros de las clases profesionales que desarrollaban un papel importante en la vida urbana. Villarrubia parece haber sido un pueblo con una convivencia genuina entre los dos grupos raciales. Las consecuencias de ello se hicieron notar en el momento de la expulsión. No sólo resistieron los moriscos utilizando todas las medidas a su disposición, sino que la comunidad en su totalidad vino a apoyarlos. Hay momentos, mientras se desenvuelve el drama, en que Villarrubia parece una versión racialmente mixta de Fuenteovejuna. Con el conde de Salinas empleando toda su influencia política y habilidad para impedir la expulsión de sus vasallos, fue bloqueado un intento tras otro de limpiar Villarrubia de sus moriscos, y en un cierto momento muchos de los expulsados volvieron a sus casas, a una comunidad que estaba lista y dispuesta a reincorporarlos.

Estos hallazgos, si se repiten en otras partes, plantean preguntas importantes tanto sobre las estadísticas de pérdida de población aceptadas como sobre la naturaleza de las relaciones entre cristianos viejos y moriscos. Pero ¿hasta qué punto fue típica la experiencia de Villarrubia? Durante mucho tiempo se ha reconocido que los moriscos no formaban una población homogénea y que había grandes variaciones entre, por ejemplo, los de Castilla y los de Valencia. Quedará para otros historiadores comparar sus hallazgos con los de Trevor Dadson. Pero éste les ha desafiado ya con un libro voluminoso y ricamente documentado que representa un hito en los estudios moriscos. También es un libro con implicaciones contemporáneas de gran significación, pues demuestra cómo, aun en una época y una sociedad celebradas por su intolerancia, una comunidad al menos mostró que era posible para gente de distintas razas vivir juntos en armonía. –

John Elliott

DADSON, Trevor J., Los moriscos de Villarrubia de los Ojos: (siglos XV-XVIII) : historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada Trevor J. Dadson. Madrid : Vervuert, 2007.