Antonio Domínguez Ortiz*
Luis Cabrera de Córdoba (Madrid 1569-1623) desempeñó tareas burocráticas y algunas misiones diplomáticas durante los reinados de Felipe II y Felipe III. Fue agraciado con el título de cronista real. Escribió varias obras históricas, entre ellas una Historia de Felipe II. Cultivó el trato con la literatura y mereció que Cervantes recordara sus poesías en el Viaje al Parnaso. Su curiosidad, sus cargos y sus múltiples relaciones lo pusieron en contacto con las realidades de su tiempo, más bien las de alto nivel. Fue amontonando, al parecer sin intenciones publicitarias, multitud apuntes y noticias sobre sucesos corrientes del genero de las relaciones que por entonces circulaban y hacía las veces de nuestra prensa periódica. Esos apuntes permanecieron inéditos hasta que, adquiridos por el Estado, fueron publicados a expensas de éste en 1857 con el título de Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614. La Junta de Castilla y León lo publicó en 1997 en edición facsímil precedida de extenso y documentado Prefacio de Ricardo García Cárcel.
Las noticias que nos proporcionan estas Relaciones son preferentemente de carácter cortesano: desplazamientos de los reyes, nombramientos palatinos, provisión de altos cargos, casamientos, dotes, intrigas y pendencias. Se sigue a través de ellas el desmesurado crecimiento del poder del duque de Lerma, sus familias y amigos. Son menos las noticias de carácter general pero abundan, por ejemplo, las relativas a la peste que azotó gran parte de España a comienzos del reinado de Felipe III. El editor subraya, y esto hay que tenerlo presente, que «en las Relaciones de Cabrera no deja entrever sus opiniones; su afán de objetividad es impermeable a cualquier sentimiento».
Las noticias que sobre moriscos pueden espigarse en el texto de Cabrera antes de la expulsión de 1609 son poquísimas: en 16 de abril de 1605 anota: «En Valencia se ha hecho prisión de muchos moriscos, y por ciertas cartas que el rey de Inglaterra ha enviado, las cuales se habían hallado entre los papeles de la reina. Le habían escrito los moriscos pidiéndoles favor para levantarse, y que ellos daría orden de que pudiese saquear aquella ciudad, viniendo con su armada. Hase dado tormento a muchos de ellos para averiguar lo que pasaba en este negocio, y no dejaran de castigarse algunos para ejemplo de los demás» (pág. 240).
No vuelve Cabrera a mencionar a los moriscos hasta el 11 de abril de 1609: «Se ha dicho que ciertos moriscos habían pasado a Africa con embajadas de los demás al rey Muley Cidán ofreciendole 60.000 hombres armados en España y mucho dinero, y que se hallaban allí otros embajadores de parte de las Islas que le ofrecían los navíos que quisiese, aunque fuese para hacer un puente y atravesar el Estrecho de Gibraltar; lo cual, aunque no haya de tener efecto no puede dejar de dar cuidado acá». Pero el 9 de mayo anotaba que Muley Cidan «se ha reído de la embajada de los moriscos». Le interesaba estar a buenas con el rey de España porque su opositor, el rey de Fez, había llegado a España con solicitud de ayuda y Felipe III lo había acogido con su séquito en Carmona, haciendo la costa a todos, «en que se gastan 300 escudos cada día, y se ha ordenado a los señores que cayeren en el camino por donde pasará para venir desde el Algarbe a Carmona que le aposenten y hagan la costa a todos» (pág. 367).
En junio de aquel año, solo tres meses antes del decreto de expulsión, tal medida estaba tan lejos de contemplarse que Cabrera escribía: «Trátase de vedar a los moriscos que no sean arrieros, ni mercaderes ni tenderos, sino que todos se ocupen en la labor del campo, porque se han averiguado grandes inconvenientes de andar por el Reino y hacer oficio de mercaderes» (pág. 371). Sin embargo la expulsión estaba virtualmente ya decidida por la deliberación del Consejo de Estado de 4 de abril, basándose precisamente en el cambio dinástico ocurrido en Marruecos. Pero el secreto del acuerdo fue bien guardado.
El 26 de septiembre de aquel año escribía el cronista: «Con la llegada de las galeras de Italia a las costas de Valencia se ha sabido el efecto de su jornada, que es para llevar los moriscos a Africa… Dicen que se les permite llevar lo que pudieren sobre sus personas, y lo demás que dejaren de heredades, ganados y otros bienes quedan aplicados a los señores de los lugares en recompensa del daño que se les sigue; y tres de cada cincuenta moriscos, a elección de los señores, para que puedan instruir en la labor y otras granjerías a los cristianos viejos que poblaren los lugares, y niños de seis años abajo, si los quisieren dejar sus padres; y no ha de quedar ninguno más en el reino de más de 25.000 casas que hay en él. Aunque por ahora no se habla en los moriscos de Aragón, dicen que después se tratará de ellos, habiendo tenido Cortes en aquel Reino, y que asimesmo se dará orden de sacar los de Castilla, que son muchos más, aunque están muy derramados por el Reino. Por el repartimiento que se les hizo de 320.000 ducados con que sirvieron a S.M. los días pasados se pusieron por escrito los nombres de las cabezas de casas para la cobranza, por donde se sabrá cuantos son y donde están, y allende la sospecha que causaban para levantarse, con el trato que traían con Berbería y los otros príncipes, ofreciéndoles 150.000 hombres, son tan moros como los que están en Berbería. Y teniendo como tiene haciendas y mucha cantidad de armas escondidas para ello, han cargado la conciencia de S.M. personas religiosas y celosas de su servicio para que los echase de sus reinos, pues no se les debía consentir el vivir como moros siendo bautizados, sin haber aprovechado todas las diligencias que se han hecho para su conversión en muchos años que se ha tratado de ella» (págs. 385-356).
El 21 de noviembre del mismo año el cronista se refería al levantamiento de los moriscos valencianos en el valle de Alaguer y otros puntos por las noticias que habían tenido del mal tratamiento que habían recibido de los que ya habían desembarcado en las costas africanas, y de los esfuerzos de D. Agustín Mexia para llegar a un acuerdo con ellos. «Se ha hecho tercero viaje, con que son más de 70.000 los que han salido del reino, y las galeras se han recogido para no navegar más este invierno, y servirán los navíos que se han traído de Portugal y otras partes para pasar los moriscos que quedan, que dicen serán más de 40.000, y se cree que acabados de llegar todos irá S.M. a aquel reino para concertar muchas cosas que tendrán necesidad de remedio, por quedar aquel reino muy afligido y maltratado» (pág. 389). Como es sabido, Felipe III no fue a Valencia y dejó a otros la responsabilidad de resolver los tremendos problemas creados por la expulsión. En la misma fecha anotaba el cronista que en Madrid se había dado pregón de que nadie comprara hacienda de los moriscos, «porque había muchos que se deshacían della y la convertían en dinero, por la plática que anda de que los han de pasar a Berbería, con lo que andan muy alterados».
En otras relación de 20 de diciembre de 1609 se dice que el conde de Aguilar, general de Oran, escribía que era grande el número de moriscos que se habían quedado en aquella comarca, porque se adentraban, los alarbes (nómadas) los robaban y mataban, lo habían visitado veinte de los llegados de Valencia, de los más principales, diciéndole que eran cristianos, y que no habían conocido la verdad hasta que han visto de los llegados de Valencia, de los más principales, diciéndole que eran cristianos, y que no habían conocido la verdad hasta que han visto las abominaciones de los moros de aquella tierra, y querían morir como cristianos. «Pusieronlos presos y se espera la orden que se dará sobre ello» (pág. 391).
Una relación fechada en febrero de 1610 recoge informaciones llegadas a la Corte sobre la expulsión en Andalucía, Murcia y Hornachos. En esta villa extremeña se han hecho muchos castigos por justicia por las muchas muertes y delitos cometidos contra cristianos viejos». En Sevilla y su tierra, y también en Granada «donde hay personas muy ricas y con oficios muy, honrados, se demandó exceptuar de la expulsión a los descendientes de cristianos viejos «aunque tengan raza moriscos por las hembras, ni los que descienden de moros de Berbería, ni de turcos que se vinieron a convertir, ni los que tienen privilegios por servicios hechos a reyes pasados, que con muy antiguos es España y han conservado con buen nombre, que son llamados mudéjares. Y asimesmo se ha escrito a los obispos que reserven los que tuvieren aprobación de buenos cristianos» (pág. 396).
De 13 de marzo de 1610 es la noticia siguiente «La expulsión de los moriscos de Andalucía, Granada y Murcia pasa delante; y se entiende que por más guardas y cuidado que se pone para que no saquen oro ni plata se entiende que sacan mucho por las vías secretas que, ellos saben, y porque no les quiten los hijos de siete años abajo encaminan todos su embarcación para Francia y a Italia, y el lugar de Hornachos sólo pagó 22 ducados de derechos, y asimesmo se van muchos de aquí (de Madrid) con las mercaderías que han sacado, y ha habido morisco de Sevilla que ha pagado de flete 4.000 ducados. Con la licencia que se ha dado a los de Castilla la Vieja y la Nueva, Extremadura y la Mancha, todos registran lo que llevan en Burgos delante del conde Salazar, y se les han tomado más de 50.000 escudos en oro y joyas que llevaban escondido, y cadenas dentro de sogas de esparto, y por escusar estas cautelas han dado orden que se les deje sacar en oro y plata la mitad de lo que registraren y lo otro quede para S.M. porque también encarecía mucho las mercancías que sacaban. Y como se ve la voluntad con que se van, y que cada día crece el número de los que van saliendo, se les ha prorrogado el término por veinte días más, pues es mejor que salgan con suavidad y de su voluntad que no por la fuerza, si bien se conocerá la falta que harán en el encabezamiento de las alcabalas y otras rentas reales» (pág. 39)
El 10 de abril anotaba Cabrera de Córdoba que había suspendido la salida de los moriscos hacia Francia, ordenándoles ir a Cartagena en vez de Burgos. Los motivos eran muy claros. El rey francés «les hacía avecindar en la raya y les daba licencia de tener armas, y les llevaba de entrada 10 ducados, y 4 de paga cada año y era más daño su vecindad que estar dentro del reino: con esto han suspendido la salida, que no se determinan a ir por otra vía, y por la de Francia habían hallado portugueses que contrataban allá y les pasaban todo el oro y plata que querían, con lo cual registraban muy pocos en Burgos, y se ha mandado proceder contra los portugueses que se sospecha lo podían haber hecho».
«Los de Andalucía han salido todos, y de Granada quedaban muy pocos por falta de navíos, que los esperaban a la cota de la mar con mucha descomodidad, y solo han quedado los exceptuados por el bando, y se entiende que los que han ido han llevado grandes riquezas en oro, plata y mercaderías, que no les han faltado dios para ello, y dicen que son más de cien mil personas”. En Valladolid se hizo pregón la semana pasada manndando a los moriscos que cultivasen sus tierras, y que si S.M. los mandase salir del reino les pagará lo que hubieren trabajado en ellas… En Valencia se han venido a juntar una gran cantidad de moriscos de los que andaban por los montes y se recogían en cuevas, que no se han podido sustentar más, y a los que se han presentado han mandado embarcar y pasar a Berbería y los que se han pedido los han pagado a veinte ducados y proveídos soldados las galeras… Han escrito de Cádiz, Málaga y otros lugares de la costa que se sabía como en tierra de Tetuán habían apedreado y muerto con otros géneros de martirio algunos moriscos que no habían querido renegar y entrar en las mezquitas con los moros» (págs. 401- 404).
Entre las noticias de ocho de mayo de 1610 figura la siguiente: «Ha partido D. Agustín Mejía a Zaragoza a sacar los moriscos de Aragón, pero como no han pagado a los soldados que vinieron de Italia se han desecho los tercios que venían en las galeras y no han quedado sino los capitanes y oficiales, y ha habido que proveerlas de soldados visoños y de los que había en los galeones de D. Luis Fajardo, y luego se tratará de embarcar los que estuvieron más cerca de la costa para pasarlos a Berbería, y si quisieren ellos fletar algunos navíos podrán ir donde quisieren; se entiende serán todos 60.000 moriscos en Aragón en catorce mil casas, y de 4 a 5.000 en Cataluña» (págs 404-405).
La relación del 5 de julio se hacía eco de las consecuencias negativas que tendría la expulsión de los moriscos de Aragón: «No será menor el daño que recibirán los señores de vasallos y los particulares que tienen censo del que han recibido en el reino de Valencia, donde hay gran confusión sobre componer los intereses de los señores con los censalistas, y lo mismo sucederá en Aragón, porque se entiende importa seis millones lo que estaba cargado sobre los lugares de los moriscos» (pág. 408).
Las última noticias referentes a moriscos en la obra de Cabrera de Córdoba son del 3 de julio de 1610 y se referían, una a los moriscos aragoneses que pretendían pasar a Francia por Canfranc y a última hora se encontraron con la novedad de que se les prohibía la entrada, habiendo ya pagado algunas fuertes cantidades por la licencia; la segunda, el nombramiento del regente Carnio, del Consejo de Italia, para que compusiera las diferencias surgidas en Valencia entre señores y censalistas, «habiéndolo elegido por muy práctico en estas materias y sin dependencia, deudo ni amistad de los de aquel reino» (pág. 410).